27.10.05

Señor de la luz

Señor de la luz – Roger Zelazny – Hypamérica Ediciones, Buenos Aires, 1988 – La edición que tengo en mis manos no indica título original, ni año de la primera edición en inglés, ni el nombre del traductor.

Sus seguidores le llamaban Mahasamatman y decían que era un dios. Él prefería, sin embargo, dejar el Maha- y el –atman y llamarse Sam. Nunca afirmó ser un dios. Pero tampoco afirmó nunca no serlo. Dadas las circunstancias, ninguna afirmación podía reportarle beneficio. El silencio, en cambio, sí.
En consecuencia, lo rodeaba el misterio.
Fue en la estación de las lluvias...
Fue en la época de las grandes aguas...
Fue en los días de las lluvias cuando se elevaron sus plegarias, no del sobar de los nudos de las cuerdas de rezar o el girar de las ruedas de oración, sino de la gran máquina de oraciones del monasterio de Ratri, diosa de la Noche.


Existen libros sobre los que me gusta volver una y otra vez. Libros que de tanto en tanto releo con tanto o más placer que la primera vez. Uno de estos compañeros de relectura es, sin duda, Señor de la luz. No sé si el mejor de lo libros que he leído, pero sí uno de mis favoritos. Un libro excelente, poético en algunos momentos, épico y científico en otros, que mantiene un equilibrio notable entre el misterio y la revelación.

Resumen: La acción transcurre en un futuro remoto, en un planeta igualmente remoto colonizado mucho tiempo atrás por humanos llegados en una única nave, la Estrella de la India.
En este universo los humanos tienen un ánima, una fuerza vital, un alma o como se la quiera llamar, que es físicamente detectable y, sobre todo, transferible de cuerpo en cuerpo aunque sólo si se usa la maquinaria adecuada (si alguien muere sin hacer esta transferencia entonces muere la muerte verdadera y su alma nunca regresa). En suma, en este universo la reencarnación es tecnológicamente realizable.

Gracias a esta posibilidad de reencarnación la tripulación de la Estrella de la India se ha perpetuado a sí misma físicamente (pasando sus egos de cuerpo en cuerpo) y se ha perpetuado asimismo en el poder. Se han declarado dioses y mantienen sojuzgado a todo el planeta, que está habitado por los descendientes de los pasajeros de la nave y por sus reencarnaciones. Este sometimiento tiene como único objetivo eternizar el goce y la egomanía de los propios dioses y se sostiene mantienendo al resto de los habitantes en una interminable Edad Media.

Pero uno de los antiguos tripulantes, un traidor o un rebelde de nombre Sam, decide combatirlos y liberar al planeta. Sam no es el típico héroe yanqui moralmente impoluto y al que todo le sale bien, muy por el contrario Sam es muy humano y tiene dudas, derrotas y defectos, como todos nosotros.

Si lucha contra los dioses, lo hace en parte por lástima hacia los habitantes, pero también porque está en la naturaleza del rebelde el luchar contra el statu quo, sea éste cual sea.

1 comentario:

Ingeniero chofer de Taxi dijo...

fue una de las mejores obras que he leído.