17.12.05

El festín de los asesinos

El festín de los asesinos - Varios autores, recopilador: Peter Haining - Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1993 - Título original: Murder in the menu; año 1991 - No consta el nombre del traductor.

Se trata de una recopilación de unos 30 cuentos policiales que tienen en común el hecho de que en todos ellos, de una u otra manera, interviene la comida. La mayoría de los relatos no son especialmente buenos ni especialmete malos. Quiero hacer una referencia a sólo tres de ellos.

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Cena para dos, de Roy Vickers (no consta el año original de publicación, pero por distintos indicios diría que seguramente fue escrito hacia 1950). En mi opinión, el mejor de los cuentos del libro. En el mismo comienzo del relato se sabe quién es el asesino. Se sabe también que la policía va a descubrirlo, la trama gira en torno a la pregunta de cómo lo logrará y el suspenso está tan bien logrado que uno no puede dejar de leer el cuento hasta llegar al final, el cual, paradójicamente, es totalmente impredecible.

Antes de cada relato el recopilador hace un pequeño comentario acerca del autor o del cuento. En éste caso el comentario afirma que Cena para dos fue uno de los primeros relatos con esta estructura inversa. Una estructura similar sigue la muy buena novela (a la vez policial y de ciencia ficción) El hombre demolido, de Alfred Bester y también los argumentos de la serie de televisión Columbo.

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La última cena, de Roger Zelazny. Zelazny ha escrito también ciencia ficción (en este mismo blog he comentado algún libro suyo) y en este cuento podríamos decir que muestra la hilacha. El cuento en sí no es tanto policial como fantástico: sin que nadie se dé cuenta, uno de los personajes de un cuadro que un pintor está componiendo cobra vida (mental, pues permanece inmóvil en la tela) y comienza a dominar la voluntad de su creador.

La relación con la comida está dada porque el tema del cuadro es la Última Cena (el personaje que cobra vida es Judas). Hasta aquí, un tema fantástico más, ni demasiado original ni demasiado trillado. Digo que Zelazny muestra la hilacha porque en un momento dado, en un comentario al pasar que no aporta nada nuevo, el pintor dice que el pigmento con el que ha pintado la barba de Judas está hecho en base a un polvo que tomó de un meterorito. De esta manera se trata de dar una explicación más o menos racional para la conciencia que adquiere el personaje pintado. Un verdadero escritor de cuentos fantásticos hubiera omitido tal explicación y hubiera dejado que Judas cobrara vida porque sí nomás, sin más vueltas, pero Zelazny, en cambio, no puede con su genio y pone de por medio un meteorito.

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Poison à la carte, de Rex Stout. Rex Stout (el creador de Nero Wolfe) es, entre los policiales, uno de mis autores favoritos, pero Poison à la carte ha sido una decepción. La acción comienza con una cena organizada de forma muy peculiar (muy al estilo Stout, debo decir): veinte gourmets, entre ellos Wolfe, se reúnen a cenar unos platos refinados preparados por el cocinero personal de Wolfe. Cada uno de los comensales será servido por una camarera diferente, cada una de ellas contratada especialmente para la ocasión. En medio de la cena, uno de los comensales, de apellido Pyle, se siente mal y a los pocos minutos muere. Wolfe deduce que ha sido envenenado y que la envenenadora sólo pudo ser la joven que le sirvió el primer plato.

Interrogan a la joven asignada al fallecido, pero ella dice que cuando llegó al lugar de Pyle, éste ya tenía un plato frente a él (un testigo confiable corroborta el hecho) por lo que ella le sirvió el plato que llevaba a X (otro comensal, no importa el nombre). Quien tenía que servir a X sirvió a Y, la camarera de Y sirvió a Z y así sucesivamente. Nadie admite haber servido a Pyle.

En el relato se comenta cómo estaban sentados los comensales (aunque eran 20, los importantes para el caso resultan ser sólo 5), se explica claramente quién sirvió a cada uno y se hace, en general, una descripción detallada de todas las circunstancias. Uno comienza a hacer sus cálculos, sus conjeturas y espera el final en el que Wolfe mostrará la deducción que apunte inequívocamente a la culpable.

Pues bien, nada de eso ocurre, Woilfe llega a la conclusión de que no hay forma de deducir quién es la culpable y apela a la burda trampa de llamar a cada una de las cinco sospechosas, decirle que sabe que ella es la culpable e insinuar un chantaje. Una de ellas cae en la trampa y se delata como la asesina. Fin del cuento. Como dije, una decepción. Todo parece sugerir que Stout imaginó una hermosa trama que después no supo como resolver. Más original hubiera sido que jamás se descubriera a la culpable y que el cuento terminara como el primero y único fracaso de Nero Wolfe.

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