
La novela abarca unos 20.000 años de historia y está dividida en ocho capítulos, los ocho relatos de la vieja leyenda oral. Cada capítulo está precedido por una nota del mismo editor perruno del prólogo, quien se dedica a destacar algunos puntos notables del relato (notables, al menos, desde un punto de vista perruno).
En su ensayo El mundo de la Ciencia Ficción (comentado dos entradas más atrás), Pablo Capanna dice que durante la década del ’50 se produjo en la Ciencia Ficción norteamericana una crisis de creatividad, en este período rara vez se creaban nuevas ideas y los escritores, en general, apelaban a los íconos y convenciones ya consagradas en décadas anteriores. Y agrega:
“Si tomamos una de las más notables obras de esta época, Ciudad (1955) de Clifford D. Simak, veremos cómo operan esas convenciones: la novela se hace ininteligible y hasta absurda si se prescinde del arsenal de símbolos forjados en cuatro décadas de evolución del género; para comprenderla hay que conocer los robots de Asimov, los perros parlantes de Del Rey, los superhombres de Stapledon o los mutantes de Van Vogt.”
Agrego otro concepto al que el libro apela: no se puede viajar al pasado, dice Simak, por lo que el espacio que ocupaba la Tierra un segundo (o dos segundos, o una décima de segundo, o un minuto, o un año) antes debe estar ocupado ahora mismo por algún otro planeta, por una Tierra paralela que puede ser muy parecida o muy diferente de esta Tierra nuestra que conocemos. En general no podemos pasar a esos otros mundos, pero algunas personas, que por algún accidente genético han nacido con poderes mentales superiores a la media (mutantes) sí pueden viajar a ellos a voluntad. Esos mismos mutantes tienen, adicionalmente, la capacidad de resolver por puro instinto problemas que para nosotros, simples humanos normales, son completamente irresolubles. Las Tierras paralelas y los mutantes forman el tema central de Un anillo alrededor del Sol (del mismo Simak, del año 1953, el anillo del título está formada por esas Tierras paralelas) y este mismo tema aparece otra vez aquí, fuertemente, en Ciudad.
La pregunta es ¿tiene razón Pablo Capanna? ¿Realmente la novela se vuelve ininteligible y hasta absurda si uno no conoce los robots de Asimov, los perros parlantes de Del Rey, los superhombres de Stapledon o los mutantes de Van Vogt? Cuando yo leí Ciudad ya conocía desde hacía mucho tiempo los robots de Asimov, no conocía (ni conozco aún) a los perros de Del Rey, pero sí conocía a Sirio, el perro de inteligencia humana de la novela homónima de Stapledon y, aunque no conocía a los mutantes de Van Vogt, sí conocía a los mutantes de Un anillo alrededor del Sol. No puedo juzgar, entonces, si Capanna tiene o no razón, pues debería para ello releer Ciudad despojándome antes de mis recuerdos. Sin embargo, mi intuición me dice que la afirmación de Capanna es tal vez un tanto exagerada. Creo que sin todas esas referencias el lector se perdería de algunas connotaciones, pero sin duda podría aún entender y hasta disfrutar el libro. Pues, a pesar de su tono elegíaco, se trata de una novela ciertamente muy disfrutable.
(Sigue aquí.)
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