27.2.21

Los cuadernos de la muerte

 


Es inevitable que, de tanto en tanto, nos enfrentemos a alguna circunstancia que tiene el potencial de cambiar para siempre nuestra vida. Puede ser una cita a ciegas, en la que tal vez conoceremos, o no, el amor eterno. Podría ser una entrevista de trabajo. Podría una invitación a un lugar nuevo y exótico. O simplemente podría ser el timbre de la calle, que suena de modo inesperado. 

Algunos, quizás, tienen la costumbre de anticipar cómo será ese cambio en nuestra vida, si es que acaso sucede. Otros, tal vez la mayoría, despreciarán esa clase de anticipaciones, por superfluas e inútiles.

Juan Barragán estaba obsesionado con imaginar anticipadamente cada situación relevante de su vida. Si tenía una entrevista de trabajo, imaginaba con todo detalle cada eventualidad del encuentro, cada gesto, cada palabra. Antes de irse de vacaciones, imaginaba cómo sería cada día del viaje, a quién conocería, qué lugares visitaría, y si le gustarían o no. Ante la eventualidad de un trayecto en taxi, imaginaba si el chofer sería muy conversador, o muy parco.

En todas los casos, siempre, inevitablemente, sus anticipaciones fallaban totalmente. Si imaginaba un viaje placentero, resultaba, por el contrario, ser horrible. Si lo imaginaba horrible, entonces en efecto lo era, pero de un modo muy diferente al que él había imaginados. El Destino, en quien Barragán creía como otros creen en un Dios, se empeñaba prolijamente en frustrar todas y cada una de sus anticipaciones. Bastaba de Barragán imaginara A, para que sucediera B. Si imaginaba B entonces sucedía A o C. Y si imaginaba A, B y C a la vez, entonces sucedía D o E.

Un día, por entonces tenía unos treinta años de edad y era el cuarto cajero de un banco poco importante de Mendoza, Juan Barragán tuvo una revelación Concibió, nada menos, el modo de volverse inmortal. Un modo de eludir para siempre a la muerte.

Qué pasaría, se preguntó, si se empeñaba imaginar todas las formas en podía llegar a morir. Todas sus muertes posibles, desde la A hasta la Z. El Destino, empeñado en contradecirlo, tendría que descartarlas todas. No podría usar en su contra ninguna muerte en absoluto. Juan Barragán nunca moriría. Sería inmortal. Como precaución inicial, para evitar el fracaso de plan, tuvo mucho cuidado en no imaginar su éxito.
    
Inició su proyecto inmediatamente. En un cuaderno comenzó a anotar, una por una, todas las maneras en que podía llegar a morir. Las describía con mucho detalle, incluso, por qué negarlo, con un poco de morbo. 

Las muertes del primer cuaderno fueron bastante previsibles. Ataques al corazón provocados por diversas causas. Enfermedades mortales. Accidente de tránsito de cien clases diferentes. En el segundo cuaderno la imaginación volaba mucho más. Complicaciones raras de enfermedades simples. Viajes triviales en avión que eran desviados hacia zonas de guerra. El quinto cuaderno contenía las muertes más truculentas. En el octavo se volvía a una cierta normalidad.

Al comenzar el centésimo cuaderno Barragán se dio cuenta del error fatal que aniquilaba cualquier posibilidad de éxito. Las formas de morir son infinitas y es imposible imaginarlas todas. Sus cuadernos no le garantizaban la inmortalidad. Solamente lo condenaban a morir de un modo no registrado. De un modo seguramente horrible y doloroso. Siguió de todos modos con su proyecto. No por una vana esperanza de éxito, sino porque ya era físicamente incapaz de abandonarlo. 

Quince años más tarde lo encontraron muerto en departamento. Su pequeño departamento de jubilado y de soltero. El único mobiliario estaba formado por pilas de cuadernos. Casi todos escritos. Unos pocos en blanco. La autopsia reveló que había muero de inanición. Obsesionado por escribir, había dejado de comer. Esa era justamente su última anotación. "Muerte por inani". La debilidad de la mano le impidió terminar la última palabra. Algunos dicen que no fue la debilidad, sino el Destino. Yo creo que fueron ambos. 

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