10.7.22

Carpinchos (relato de pandemia)

 1.

"Apareció un carpincho bebé y enterneció a TikTok."

(Diario Crónica, de Buenos Aires, 25 de agosto de 2021.)

2.

Jenifer camina encorvada. Camina lento. Camina ojerosa. Todavía no se ha visto en el espejo, pero desde hace algunas horas que camina con varias canas nuevas. 

Un año y medio atrás, cuando fue nombrada jefa del servicio de terapia intensiva, caminaba de un modo muy diferente. Caminaba erguida. Con una sonrisa imborrable. Jenifer llevaba en el bolso una libreta. Donde anotaba ideas. Primero, diez. Luego, veinte. Unos días después, cincuenta y ocho. 

Pero llegó la pandemia. 

Las ideas quedaron en cincuenta y ocho. Quedaron olvidadas en cincuenta y ocho. Y además Jenifer camina encorvada. Está saliendo del hospital. Frunce los ojos, la sorprende que el sol esté tan alto. ¿Está dejando el hospital antes de tiempo? Más probablemente sea demasiado tarde. Últimamente siempre es demasiado tarde. Jenifer saca el celular para comprobar la hora. En cuanto lo toca, se abre un video de TikTok, una aplicación que ella no tiene instalada. En el video, un carpincho bebé saluda a cámara una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez. Jenifer no consigue cerrar el video. Reinicia el celular. Cuando el aparato vuelve a encenderse, aparece otra vez el video de TikTok. Con el carpincho bebé. Que saluda una y otra vez. Una y otra vez.  

3.

La señorita Marcela, maestra de séptimo grado, da su clase por Zoom. Clase de matemática. Su enésima clase de matemática por Zoom. 

De los veintidós alumnos del curso, hoy se conectaron ocho. Muchos, para lo que es habitual. La señorita Marcela pone las manos bajo el escritorio. Lo hace para acordarse de no gesticular con ellas. Para que las manos no se vean en la pantalla. Cuando dice “círculo”, no hace un redondelito con el dedo. Cuando dice “paralelas”, no pone las palmas alineadas. Lo hace, porque no quiere que se note que las manos le tiemblan. Desde hace algunos meses, sobre todo cuando da clase por Zoom, las manos le tiemblan.

De pronto, abajo a la izquierda, la imagen de Martín desaparece. Y es reemplazada por un carpincho bebé que saluda a cámara. Saluda y saluda, una y otra vez. Los demás chicos se ríen. Están muteados, pero se nota que se ríen.

–Martín, por favor, volvé a conectar la cámara.

Pero Martín no responde. Ni conecta la cámara.

Y de pronto, Carlita desaparece. Y es reemplazada por un carpincho bebé. El mismo carpincho bebé. Que saluda a cámara. La señorita Marcela frunce la los labios. Está a punto de levantar las manos, pero se contiene, porque le tiemblan más que nunca. Ahora son ocho los carpinchos que la saludan. Y que no le contestan.

Unos segundos después, la pantalla entera se llena con un carpincho. Un único y gordo carpincho bebé. Que saluda a cámara.

La señorita Marcela reinicia la notebook.

Cuando la notebook se reinicia, el carpincho todavía sigue ahí.

4.

Vanesa está operando con el homebanking. Hace malabares para que sus deudas no crezcan mucho. Que no crezcan demasiado. De pronto, la pantalla se llena con un carpincho bebé que saluda. Sonríe y saluda a cámara.

Vanesa llama por teléfono al banco. Le contesta una grabación. Se disculpan. Por el momento tienen algunos problemas técnicos. Vanesa siente náuseas. Últimamente suele pasarle cuando se pone nerviosa. Llama otra vez. Y otra vez. En medio de la enésima repetición del mensaje, la grabación se interrumpe y el teléfono empieza a chillar.

¿Los carpinchos chillan? 

5.

John es controlador aéreo en LaGuardia, aeropuerto de Nueva York. Tiene los ojos enrojecidos. Bosteza. Su turno ya casi termina. Casi. O quizás no. 

John da un respingo. Se le caen los anteojos. Mira. Mira. Toca la pantalla. La acaricia. No sabe qué hacer. 

Toma, desesperado, el teléfono que está su derecha. Pero no hay tono de llamada, sólo se oye chillidos. John no puede apartar los ojos del roedor. Un roedor gordo, con una gorra azul de piloto, que lo saluda desde la pantalla. La pantalla del radar. De lo que alguna vez fue el radar. 

Tan fija tiene John la mirada, que no ve el pandemónium que se ha desatado a su alrededor.

6.

Sala estratégica del Pentágono. Un carpincho adulto nos mira desde la pantalla maestra. Tiene la mano derecha sobre la imagen del botón rojo. Un enorme botón rojo sangre. 

¿Los carpinchos pueden lanzar un ataque nuclear?  

27.2.21

Los cuadernos de la muerte

 


Es inevitable que, de tanto en tanto, nos enfrentemos a alguna circunstancia que tiene el potencial de cambiar para siempre nuestra vida. Puede ser una cita a ciegas, en la que tal vez conoceremos, o no, el amor eterno. Podría ser una entrevista de trabajo. Podría una invitación a un lugar nuevo y exótico. O simplemente podría ser el timbre de la calle, que suena de modo inesperado. 

Algunos, quizás, tienen la costumbre de anticipar cómo será ese cambio en nuestra vida, si es que acaso sucede. Otros, tal vez la mayoría, despreciarán esa clase de anticipaciones, por superfluas e inútiles.

Juan Barragán estaba obsesionado con imaginar anticipadamente cada situación relevante de su vida. Si tenía una entrevista de trabajo, imaginaba con todo detalle cada eventualidad del encuentro, cada gesto, cada palabra. Antes de irse de vacaciones, imaginaba cómo sería cada día del viaje, a quién conocería, qué lugares visitaría, y si le gustarían o no. Ante la eventualidad de un trayecto en taxi, imaginaba si el chofer sería muy conversador, o muy parco.

En todas los casos, siempre, inevitablemente, sus anticipaciones fallaban totalmente. Si imaginaba un viaje placentero, resultaba, por el contrario, ser horrible. Si lo imaginaba horrible, entonces en efecto lo era, pero de un modo muy diferente al que él había imaginados. El Destino, en quien Barragán creía como otros creen en un Dios, se empeñaba prolijamente en frustrar todas y cada una de sus anticipaciones. Bastaba de Barragán imaginara A, para que sucediera B. Si imaginaba B entonces sucedía A o C. Y si imaginaba A, B y C a la vez, entonces sucedía D o E.

Un día, por entonces tenía unos treinta años de edad y era el cuarto cajero de un banco poco importante de Mendoza, Juan Barragán tuvo una revelación Concibió, nada menos, el modo de volverse inmortal. Un modo de eludir para siempre a la muerte.

Qué pasaría, se preguntó, si se empeñaba imaginar todas las formas en podía llegar a morir. Todas sus muertes posibles, desde la A hasta la Z. El Destino, empeñado en contradecirlo, tendría que descartarlas todas. No podría usar en su contra ninguna muerte en absoluto. Juan Barragán nunca moriría. Sería inmortal. Como precaución inicial, para evitar el fracaso de plan, tuvo mucho cuidado en no imaginar su éxito.
    
Inició su proyecto inmediatamente. En un cuaderno comenzó a anotar, una por una, todas las maneras en que podía llegar a morir. Las describía con mucho detalle, incluso, por qué negarlo, con un poco de morbo. 

Las muertes del primer cuaderno fueron bastante previsibles. Ataques al corazón provocados por diversas causas. Enfermedades mortales. Accidente de tránsito de cien clases diferentes. En el segundo cuaderno la imaginación volaba mucho más. Complicaciones raras de enfermedades simples. Viajes triviales en avión que eran desviados hacia zonas de guerra. El quinto cuaderno contenía las muertes más truculentas. En el octavo se volvía a una cierta normalidad.

Al comenzar el centésimo cuaderno Barragán se dio cuenta del error fatal que aniquilaba cualquier posibilidad de éxito. Las formas de morir son infinitas y es imposible imaginarlas todas. Sus cuadernos no le garantizaban la inmortalidad. Solamente lo condenaban a morir de un modo no registrado. De un modo seguramente horrible y doloroso. Siguió de todos modos con su proyecto. No por una vana esperanza de éxito, sino porque ya era físicamente incapaz de abandonarlo. 

Quince años más tarde lo encontraron muerto en departamento. Su pequeño departamento de jubilado y de soltero. El único mobiliario estaba formado por pilas de cuadernos. Casi todos escritos. Unos pocos en blanco. La autopsia reveló que había muero de inanición. Obsesionado por escribir, había dejado de comer. Esa era justamente su última anotación. "Muerte por inani". La debilidad de la mano le impidió terminar la última palabra. Algunos dicen que no fue la debilidad, sino el Destino. Yo creo que fueron ambos. 

5.4.15

¿Indistinguible de la magia?


La Tercera ley de Clarke, les recuerdo, dice que: Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Pero... ¿es realmente así? ¿No subestima esta "ley" la inteligencia del observador? Paso a explicarme:

La ley evoca la imagen de un ser A, que pertenece a una cultura, digamos, primitiva, y que logra ver en acción la tecnología de una civilización X mucho más, tan avanzada en realidad que A la toma a esa tecnología por "magia". Vuelvo entonces a la pregunta: ¿no subestima esta imagen la inteligencia de A? Por ejemplo, si nosotros, como le sucede a Luis Wu, el protagonista de Mundo Anillo, viéramos, por ejemplo, cinco planetas que viajan por el espacio interestelar en perfecta sincronía, ¿pensaríamos que es magia? ¿o, como de hecho piensa Luis, que es el fruto de una ciencia mucho más avanzada que la nuestra? ¿No hay que creer primero en la magia antes de suponer que algo lo es?

Me permito, entonces, corregir al maestro Clarke formulando una ley diferente: Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la Naturaleza. Pienso en virus capaces de cambiar completamente la ecología de un planeta (ref: la saga de Ender), pienso en agujeros negros que son en realidad puertas a otros universos creadas por alguna civilización milenaria. Hace poco leía (en Biografía del Universo, de John Gribbin) que algunos físicos calcularon que, mediante cohetes, sería posible colocar un asteroide en una órbita estable que pasara sucesivamente cerca de la Tierra y de Júpiter (muy cerca de Tierra realmente), y que como resultado de su movimiento fuera alejando ligeramente a la Tierra del Sol. Ésta sería una manera (un tanto desesperada, diría yo) de compensar los efectos del calentamiento global. Ahora bien, una disposición así (Tierra-asteroide-Júpiter) ¿cómo sería vista por un astrónomo alienígena "primitivo"? ¿Como magia, o como el resultado de la captura "natural" de un asteroide por esos dos planetas?

25.11.13

La expansión del Universo

Cuando era adolescente (hace ya muchos años) leí por primera vez sobre el Big Bang, la expansión del Universo y todos esos temas. Recuerdo claramente que los libros que yo leía por entonces aclaraban con mucho énfasis que el Universo no se expandía dentro de "algo más grande" ya que, por definición, no existe nada fuera del Universo.

Por aquél entonces nunca llegué a entender muy bien cómo es que algo puede crecer si no está creciendo dentro de algo que lo contenga. Debo reconocer que en realidad hoy en día tampoco lo entiendo bien, aunque lo acepto con la misma ingenuidad con que acepto que hay algunos infinitos que son más grandes que otros.

Pero lo que quiero comentar tiene que ver con una idea que se me ocurrió por aquellos años y que durante mucho tiempo me ayudó a darle un sentido (al menos un "sentido" que tuviera sentido para mí mismo) a la idea de la expansión del Universo: Según parece, al medir la velocidad de la luz en el vacío todos los observadores obtienen siempre el mismo valor para la velocidad (aun cuando unos se muevan en relación con los otros). Supongamos que, a pesar de esto, el Universo sea tal que la luz en realidad se está moviendo cada vez más lentamente. Es decir, asumamos que la luz se "lentifica" aunque que nosotros por alguna razón no nos damos cuenta de eso. Entonces para ir de A a B la luz tardará cada vez más tiempo, sin embargo como nos parece que su velocidad es siempre la misma, el efecto será que "percibimos" que A y B se alejan cada vez más.

Por lo tanto, creía yo en la adolescencia, no es el Universo es el que se expande, sino que es la luz la que se mueve cada vez más lentamente.

8.9.13

La canción de Ea (fragmento)

Sólo en el silencio la palabra,
sólo en la oscuridad la luz,
sólo en la muerte la vida;
el vuelo del halcón
brilla en el cielo vacío.

10.5.13

Más verde de lo que creéis

Más verde de lo que creéis - Ward Moore - Ediciones Orbis, Madrid, 1985 - Título original en inglés: Greener than you think (1947) - Traducción: José María Aroca.


El libro comienza con esta nota aclaratoria que dice así: Ni la vegetación ni las gentes de este libro son enteramente ficticios. Pero, lector, ninguna persona retratada aquí es usted. Con una sola excepción. Usted, señor, señorita o señora  -sea cual sea su país o su situación- es Albert Weener. Tanto como yo soy Albert Weener.

¿Quién es Albert Weener? Albert Weener, el protagonista de la novela, es un ser despreciable, ruin, aprovechador, explotador, estafador, depravado, hipócrita,... una de los personajes más repugnantes de la historia de la literatura universal; la síntesis de todo lo malo que puede llegar a existir en un ser humano y a la vez el epítome (nadie se ofenda) del capitalismo: porque Weener, por sobre todas las cosas, es un capitalista nato cuyo primer, segundo y tercer objetivo en la vida es ganar dinero, aun a costa del hambre ("yo no tengo la culpa de que no tengan dinero para pagar el alimento") y la desesperación del prójimo.

Si Weener de salva del linchamiento (ya sea de parte de los lectores o de sus colegas personajes) es porque todos los personajes de la novela tienen características exageradas hasta la caricatura; desde la Srta. Francis (la clásica "científica loca" autodidacta) hasta Jacson Gootes, un periodista que mientras habla se pasa todo el tiempo haciendo trucos de naipes.

¿Dije que Weener era el protagonista? Pues no es exactamente cierto, Weener a lo sumo llega a ser un coprotagonista. La verdadera protagonista es sin duda la Hierba (con mayúscula), un césped insaciable que, tan exagerado como los demás personajes de la novela, comienza a crecer desaforadamente amenazando con devorarse al mundo entero. La acción transcurre paralelamente entre la historia de la Hierba que, como se dijo, crece y crece amenazando devorarse al mundo, y la historia de Albert Weener, que trata hace exactamente lo mismo.La novela, en última instancia, es la historia de la lucha a muerte entre estas dos potencias que tratan de dominar la tierra (¿el capitalismo de Weener vs. la uniformidad "comunista" de la hierba? -considérese que la novela fue escrita en 1947, en los comienzos de la Guerra Fría-).

¿Por quién prefieren ser devorados? ¿Por un césped mutante o por un capitalista salvaje?... Yo creo que me iré encaminando hacia ese verdor de crece por allá.